Si enfocamos nuestro trabajo desde la organización tradicional de
áreas y adquisición de contenidos, no tendremos excesiva dificultad a la hora de
la calificación de los alumnos/as. Quiero reseñar que no me estoy refiriendo a
la evaluación, sino a la pura y dura calificación. Si el niño/a tiene los
contenidos adquiridos, pues obtiene calificación positiva, y si no lo ha hecho,
la calificación es negativa, y así tenemos resuelto el problema.
Sin embargo, no tendremos las
mismas facilidades si nos planteamos una evaluación por competencias.
Deberíamos distinguir entre dos conceptos diferentes. Por un lado la capacidad
competencial de los alumnos/as, y por otro, la adquisición de dicha competencia, evaluada a través de la realización de las tareas competenciales que se
propongan por parte del docente.
En el supuesto de una evaluación sobre la adquisición de los contenidos, el maestro no se suele plantear la responsabilidad del fracaso, si un alumno no los adquiere, surgirán dos alternativas, o el niño/a no es capaz, o es indolente en la capacidad de trabajo.
En el supuesto de una evaluación sobre la adquisición de los contenidos, el maestro no se suele plantear la responsabilidad del fracaso, si un alumno no los adquiere, surgirán dos alternativas, o el niño/a no es capaz, o es indolente en la capacidad de trabajo.
Pero si nuestro punto de
referencia es la competencia, deberemos plantearnos si los alumnos/as tienen
capacidad competencial, si la tienen y nos son capaces de realizar las tareas,
se deberá, seguramente, al planteamiento de las mismas por parte del docente. Es desde este punto, desde donde podemos hablar de inteligencias múltiples y de todas
las teorías pedagógicas que están en boga últimamente. Pero sin duda alguna la
capacidad competencial es muy difícil de calificar, podremos hacerlo sobre la
realización de las tareas competenciales que se lleven a cabo, pero no sobre
las posibilidades de los niños/as, aunque se puedan intuir en las habilidades
demostradas por los mismos, a la hora de plantear la resolución de dichas
tareas.
En el trabajo con niños de
compensación educativa solemos encontrarnos con esta paradoja. Son alumnos con
un gran potencial, una gran capacidad competencial, y sin embargo, suelen tener
unos resultados escolares muy negativos. Podemos pensar que el ambiente social
y familiar en el que se mueven les condiciona y no favorece en absoluto su
progresión escolar, y tendremos razón al afirmarlo así, pero también es cierto
que si realizamos un giro en el planteamiento del proceso educativo al que les
hacemos enfrentarse, seremos capaces de poder sacar todo el jugo a las
posibilidades que ellos son capaces de ofrecer. Ciertamente el sistema, con la
miopía que supone la calificación por áreas en las etapas obligatorias, no ayuda
al docente a plantear el cambio metodológico necesario para llevar esto a buen
puerto; pero si se quiere, se puede. Consiste en calificar las áreas desde las
competencias y no al revés, que es la forma a la que nos han acostumbrado, y sin un proceso de reflexión, creemos única. Puede parecer
complicado, pero no lo es en absoluto. Depende de la forma desde la que
programamos nuestras tareas y de que tengamos claras nuestras prioridades
docentes, dónde queremos llegar y qué queremos conseguir.
Yo al menos lo tengo claro, si
veo a un alumno/a con una alta capacidad competencial, modificaré mi sistema de
trabajo las veces que haga falta, para poder transformar esa capacidad en
competencia real. Además, es mucho más fácil de lo que parece. La
motivación viene dada con la cercanía de las tareas a los centros de interés de
los alumnos, y se consigue con una evaluación previa de la situación en la que
nos encontramos, y una individualización y adaptación de nuestro proceso a dicha
realidad. Tan fácil y tan lejano a la vez, solamente debemos alejarnos de los paradigmas educativos en los que nos quieren envolver.
IMAGEN ALBA LAMUELA
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